Desde que el ser Hombre advino al mundo, trajo junto a sus instintos primigenios un don inmarcesible y perdurable que fue la inteligencia, la cual le permitió no sólo distinguirse de los demás seres vivientes, sino también desarrollarse y perfeccionarse, aprendiendo del entorno que lo rodeaba, aplicando esa curiosidad hecha impulso por conocer que le posibilitó persistir en el tiempo, como Ser y como Género.

En su debilidad e ignorancia fue su propio Maestro. Buscó incesantemente La Verdad. Trajo hambre en lo material y afán de saber en lo espiritual, eterno interrogador de la naturaleza recién creada, quiere por todos los medios entender y comprender su origen y el del Universo.

Y es con la evolución progresiva que generaciones van, generaciones vienen, surgen y desaparecen pueblos y civilizaciones, pero con ese poder de inquirir, de interrogar, de saber triunfó sobre el entorno, dominándolo y utilizándolo para su propio desarrollo y conveniencia. Desde su inicio enfrentó los embates del medio externo muchas de los cuales se manifestaban como enfermedades que a cada paso lo acosaban y que iban desde las primitivas e insignificantes hasta la devastadora de su propia existencia cual es el cáncer que como estableció Bishop al referirse a las enfermedades en general “ha sido siempre la compañera inseparable del hombre”.